Sostenibilidad y resiliencia
Casas preparadas para emergencia climática

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Actualmente, podemos llegar a afirmar que el cambio climático es la mayor amenaza a la que nos enfrentamos como seres humanos, sabemos que hemos provocado una crisis sin precedentes y que, aunque hoy mismo se finalizasen todas las emisiones de gases de efecto invernadero, los efectos sobre el clima y la estabilidad de los ecosistemas como efecto del impacto humano se extenderán durante cientos de años.
Nuestra responsabilidad es actuar ahora para evitar efectos catastróficos de una escalada climática que amenace nuestra supervivencia como especie, pero también asegurar la adaptación de nuestra generación a los retos de un mundo incierto en el que la estabilidad que hemos disfrutado en el último siglo dejará de ser tal.
En los últimos años, y en especial tras la firma del acuerdo de París en el año 2016, parece que la consciencia climática ha empezado a arraigar en todos los niveles y tanto gobiernos como instituciones están empezando a despertar y tomar acciones más o menos efectivas o urgentes para paliar la crisis climática y adaptarse a ella.
Pero ¿qué podemos hacer nosotros como individuos?
Recientemente, ha aparecido el término de ecoansiedad [1] para definir la impotencia que sienten algunas personas ante la magnitud del desafío de mitigar el cambio climático, la lentitud de las acciones tomadas a gran escala y el poco impacto de las acciones personales en el global. Si bien son muchas personas las que han tomado consciencia y han adquirido un modo de vida en el que tratan de reducir su huella ecológica, lo cierto es que las emisiones no dejan de crecer y la amenaza de nuestra supervivencia y la de la generación futura es cada vez mayor.
Al igual que los individuos tomamos medidas para reducir nuestro impacto ecológico, también podemos tomar medidas para preparar nuestra adaptación al cambio climático y sin duda estas medidas pasan por adaptar nuestras viviendas a un escenario de emergencia climática.
El organismo internacional IPCC, Intergovernmental Panel on Climate Change, evalúa los impactos, adaptación y vulnerabilidad al cambio climático dirigiéndose a los responsables de la toma de decisiones alrededor de políticas para afrontar esta situación. [2]
En España, se prevé un incremento de temperaturas con olas de calor mucho más acusadas y periodos de elevadas temperaturas con escasez de suministro de agua, ¿cómo responderán nuestras viviendas a esta nueva realidad?
Y ¿cómo se adaptará el sistema hidrográfico a los cada vez más habituales periodos de sequías o tormentas que nos obliguen a restringir o racionar el suministro de agua municipal?
¿Qué ocurriría en el caso de pandemias, cierre de fronteras que amenacen el suministro constante de alimentos?
Cada vez más familias son conscientes de las amenazas de la realidad que afrontamos y buscan construir o adaptar sus viviendas a la emergencia climática, es lo que recientemente se conoce como viviendas, o incluso a mayor escala, comunidades resilientes.
Casas preparadas para emergencia climática
A lo largo de este apartado, profundizaremos en los distintos recursos que podemos aprovechar: el agua, el viento, la radiación solar, la tierra y el calor del aire o del terreno y en distintas maneras de hacerlo en el diseño de casas preparadas para emergencia climática. Además, tales recursos no sólo se aprovechan a lo largo de la vida útil de la vivienda, sino que pueden llegar a emplearse directamente para su construcción, como son sistemas constructivos que emplean recursos del propio terreno como la tierra o la madera. Además, tendremos en cuenta cuáles son los suministros susceptibles de tener problemas en caso de una emergencia climática.
Agua
El agua es imprescindible para la vida humana, tanto para los procesos de hidratación como para la higiene. En la última década, el agua corriente ha pasado a considerarse un suministro básico incuestionable en los países desarrollados y un recurso de primera necesidad en países en desarrollo.
En el caso de Europa, pese a no tratarse de un continente árido, los datos sobre la presión ejercida sobre el agua dulce resultan preocupantes. En distintos estudios elaborados por la Comisión Europea se indica que un índice de explotación del agua superior al 20% implica que el recurso hídrico está sometido a estrés debido a un uso claramente insostenible que no tiene en cuenta los recursos a largo plazo. España se encuentra en esta situación, de la mano de otros países como Bélgica, Bulgaria, Chipre, Italia y Malta. [3]
Captación de agua
Existen dos sistemas principales de captación hídrica: la captación del agua de lluvia o los pozos subterráneos.
Recogida de agua de lluvia
La recogida de pluviales está estrechamente relacionada con la pluviometría de cada zona y su uso está normalmente asociado al riego de jardines.
En el caso de España, la pluviometría resulta muy cambiante, combinando épocas de mucha lluvia en primavera con una importante escasez en verano. Por ello, la eficiencia de los sistemas de recogida de agua para riego está muy cuestionada puesto que los periodos de escasez de lluvia coinciden con los periodos de alta demanda de riego, esto nos lleva sobredimensionar depósitos de pluviales que deben almacenar grandes cantidades de agua en periodos lluviosos para utilizarse en verano.
Este dimensionado se efectúa en función de la superficie de captación, la pluviometría y el factor de superficie – es decir, si se trata de una cubierta plana, inclinada, verde… A partir de aquí, hay que considerar cuál es la demanda anual y qué período de sequía debemos tener en cuenta, por lo que se trata de un cálculo un tanto difícil de precisar.
Preveyendo que el cambio climático implique un aumento de estas épocas de sequía, el disponer de un depósito de pluviales se convierte en una alternativa de resiliencia ya no pensando en el riego de jardín sino en el suministro de casa.
Es importante saber que la recogida de agua de lluvia no es directa, puesto que al inicio de cada recogida hay que preveer un tiempo de limpieza de la suciedad del área de captación, que será mayor como más tiempo haya pasado des de la última lluvia. Como el objetivo es almacenar en el depósito el agua perfectamente limpia, también existe la posibilidad de instalar una serie de filtros directamente en los bajantes y canales de cubierta, así como directamente en la entrada del depósito.
La tecnología y el gran volumen de estos depósitos inciden en su elevado coste, así como un importante impacto visual. Para impedir este segundo, existe la posibilitad de instalar depósitos enterrados en el suelo, lo cual aumenta todavía más el presupuesto debido al coste de excavación, así como la necesidad en algunos casos de una bomba que eleve el agua a una cota superior. Sin embargo, se trata de un recurso que soluciona la necesidad de proteger el depósito de los rayos ultravioleta y el calor. [4]
Las normativas de construcción municipal cada vez son más proclives a la exigencia de este tipo de depósitos en la parcela, sobre todo en caso de tratarse de una vivienda unifamiliar con jardín.
Pozos subterráneos
La recogida de agua mediante pozos subterráneos depende de la presencia de agua en el subsuelo, por lo que en muchos casos no será posible su instalación, ni resultará económica según la profundidad del nivel freático.
Para su instalación, es necesario excavar un pozo y la instalación de una bomba de extracción para impulsar el agua hasta la cota del suelo.
Reutilización de agua
De cara a la reutilización del agua, solemos clasificarla en distintos estadios de tipo de agua en función de su futuro uso: agua para consumo humano, agua para aseo personal, agua de regadío… Un ejemplo paradigmático es el proyecto del Ayuntamiento de Venlo en Holanda, que describimos en el artículo de Economía circular en arquitectura.
En este edificio, se distinguen 5 redes distintas de recirculación del agua: agua potable de red, agua pluvial, aguas grises, aguas amarillas y aguas negras, entendiendo el empleo de aguas regeneradas como la propuesta clave para resolver la gestión del ciclo integral del agua a corto plazo.
Utilización aguas grises
La estrategia nace de la consciencia de que ciertas aplicaciones diarias no requieren de un agua de calidad como la potable, como son las cisternas de inodoro, la limpieza doméstica de exteriores o el sistema de riego, que trataremos en el próximo apartado. Para tales usos, las aguas grises procedentes de duchas y lavamanos, convenientemente tratadas, son una alternativa eficaz y adecuada.
Las aguas grises se diferencian entre agua gris bruta (AGB) y el agua gris reciclada (AGR). El agua gris bruta consiste en las aguas residuales domésticas procedentes de duchas, bañeras y lavamanos. Se pretende excluir el agua procedente de cocinas, bidets, lavadoras y lavavajillas por la posible presencia de productos químicos contaminantes y agentes patógenos siempre dependiendo del tipo de sistema de filtrado y depuración al que sometamos las aguas. Convertir esta agua en la categoría de agua gris reciclada, implica su conveniente tratamiento y preparación para ser entregada a su nuevo punto de suministro.
Aplicando la tecnología conveniente, se puede reducir hasta un 40% el consumo de agua apta para el consumo humano de nuestros edificios y reservarla para aquellos usos estrictamente necesarios. De este modo, conseguimos reducir la media de 127 litros por persona que supone el consumo de agua diario en Europa. En relación a esta cifra, las cisternas del baño tienen mucho que ver, con descargas que oscilan entre los 3 y los 6 litros, cuya recarga supone una demanda estimada que puede llegar a los 45 litros al día por persona, un porcentaje muy elevado del gasto total.
De manera similar al caso de las aguas pluviales, será necesario hacer un cálculo de demanda de agua tratada en comparación con la producción de aguas grises, y el mayor volumen determinará el tamaño del depósito, muy pequeño al rellenarse cada día.
Todos los elementos integrantes del esta red deben estar en un circuito independiente del sistema de agua apta para el consumo humano, evitando el riesgo de conexiones cruzadas. A su vez, el sistema debe garantizar el suministro de agua de red incluso en casos de un posible corte de energía eléctrica, por lo que deberemos duplicar la instalación.
En conclusión, se trata de un sistema que funciona pero que supone una inversión elevada y larga de amortizar debido al todavía relativamente reducido coste del agua en nuestro país.
Agua para riego de jardines
Para el riego de jardines el cálculo aproximado considera de 2 a 6 litros/m²/día, una cifra muy variable en función del tipo de vegetación y de la estación del año, suponiendo nuevamente un elevado gasto de agua pese a ser reciclada, ya sea proveniente de la lluvia o de las aguas grises.
Con la idea de reducir este consumo, recientemente se trabaja mucho con los llamados jardines xerófilos, que buscan trabajar con especies autóctonas, consecuentemente adaptadas al clima y la pluviometría. Así, a diferencia de los jardines a los que estamos acostumbrados, siempre verdes y repletos de césped con especies importadas de gran consumo de agua, los jardines xerófilos utilizan arbustos locales y plantas de secano, como sérums, cráseas o aromáticas.
Depuración del agua
El sistema de depuración de agua forma parte del proceso de tratamiento, que generalmente incluye las siguientes etapas: la captación y almacenamiento de aguas grises, el tratamiento en sí y el almacenamiento e impulsión del agua tratada.
De forma general, los tratamientos se pueden clasificar en los siguientes sistemas: sistemas físicos, físico-químicos y biológicos. [5]
Los sistemas físicos, como bien indica su nombre, solo emplean sistemas de filtración por geometría, como mallas o anillas. Además, pueden contener un sistema de separación de aceites y grasas por decantación. Estos tratamientos, si bien son los más económicos y con menor mantenimiento, hoy en día cuesta considerarlos algo más que meros pre-tratamientos por su poca eficiencia.
Los sistemas físico-químicos combinan el filtro anterior con sistemas de desinfección, logrando así separar aceites y grasas, emulsiones, coloides, partículas en suspensión, materia orgánica y turbidez. Los filtros pueden ser más tecnificados, como filtros de arena o multiestratos, y el uso de químicos consiste básicamente en la dosificación de coagulantes y desinfectante, el más habitual hipoclorito sódico. Por contra, se trata de un sistema de tratamiento con un elevado coste mantenimiento.
Las tecnologías que más se están desarrollando recientemente giran alrededor de los filtros biológicos, que obtienen la degradación de la materia orgánica presente en las aguas grises mediante microorganismos, cuyo crecimiento se favorece aportando oxígeno al sistema.
Para ello, deberá ser necesario el uso de jabones ecológicos, sin químicos, para evitar matar las bacterias o vegetales que realizan este trabajo. En algunos casos puede ser recomendable la instalación de un desagüe directo a la red de saneamiento en el que podamos tirar productos de elevada toxicidad o con potente carga química como lejía o disolventes.
Entre los sistemas biológicos más utilizados destacan los reactores secuenciales, que utilizan fangos activos; los reactores biológicos de membrana, que además del proceso biológico utilizan membranas de microfiltración; o los sistemas biológicos naturalizados, que utilizan un determinado tipo de vegetación para la aportación natural de oxígeno al agua – como las fitodepuradoras. Este oxígeno, como ya hemos indicado, favorece la proliferación de microorganismos, los cuales se encuentran en forma de capa sobre un sustrato que está en contacto con el agua a tratar.
A nivel urbano, existe un gran problema en la falta de separación de las redes de pluviales y residuales, que se acaban mezclando en la red general de saneamiento. Se trata de dos tipologías de agua que no deberían mezclarse, ya que una de ellas es limpia mientras que la otra contiene restos fecales y químicos.
Países como Inglaterra ya han incluido la obligatoriedad por normativa de que las cubiertas públicas dispongan de un drenaje que no desagüe a la red saneamiento. En el caso español, la normativa empieza a perseguir este objetivo con primeras tentativas de obligatoriedad normativa a nivel municipal.
Energía
A día de hoy, parece inconcebible vivir en una casa con las limitaciones energéticas que vivió la generación anterior. La sociedad está acostumbrada a unos estándares de comodidad que parecen difíciles de revertir.
Sin embargo, no es casualidad que ligada a la conciencia de la crisis medioambiental, muchos usuarios tomen consciencia de la necesidad de la reducción del consumo. De hecho la lógica nos dice que, a menor consumo de energía y recursos renovables, menor necesidad de producción de energía.
Las estrategias pasivas implican una reducción directa del consumo, haciendo el diseño más ecológico y dependiendo cada vez menos de cualquier fuente energética.
Las llamadas casas de consumo casi nulo están comprendidas en el Código Técnico de la Edificación (CTE) española desde junio de 2020 a través de la actualización de los requerimientos del Documento Básico HE en la limitación del consumo energético. [6] Se trata de viviendas que prácticamente no invierten energía en la calefacción o refrigeración de la vivienda, y limitan su consumo de energía primaria para la iluminación y los aparatos electrónicos.
A continuación dividiremos este apartado en dos subgrupos, que corresponden a los dos tipos de energía mencionados: energía calorífica y electricidad. La energía calorífica se emplea en la producción de agua caliente para calefacción y ACS (agua caliente sanitaria), mientras que la electricidad se usa tanto para la alimentación de aparatos electrónicos e iluminación como para calefacción eléctrica y refrigeración.
Electricidad
Como ya hemos comentado, las casas preparadas para emergencia climática deben ser capaces de generar su propia electricidad con el fin de iluminar artificialmente y hacer funcionar los electrodomésticos, así como aparatos de funcionamiento eléctrico que sirvan para climatizar nuestra vivienda. Para ello, existen diversos mecanismos de generación.
Turbinas o aerogeneradores
Un aerogenerador es un dispositivo eléctrico con una turbina que convierte la energía cinética del viento -la energía del movimiento- en energía eléctrica. Está formado por uno o varios molinos de viento a pequeña escala que se pueden instalar en una vivienda y que se orientan de forma automática en función de una veleta que llevan incorporada. Además, disponen de un sistema de seguridad para evitar daños.
Se trata de aparatos sujetos a los recientes avances tecnológicos, que facilitan una menor dimensión y consecuentemente una mayor funcionalidad. Por ejemplo, un aerogenerador convencional de la marca Bornay, empieza a actuar a partir de una velocidad del viento de 2 metros por segundo, es decir tan solo 7,2 km/h. Con vientos fuertes superiores a 30 m/s las palas cambian su posición y el aerogenerador se frena para evitar tensiones excesivas.
Las últimas innovaciones diseñan turbinas que pueden instalarse en la cubierta de la vivienda a modo de chimenea, conectándose a la instalación de forma parecida a una placa solar. Un ejemplo de este tipos de sistemas es la Graeme Attey Wind Turbine [7], un aerogenerador que pretende ser una revolución para conseguir la autosuficiencia eléctrica doméstica.
Sin embargo, como todo aparato que genera electricidad, su hándicap aparece en las limitaciones técnicas de las baterías donde acumulan la energía, que acaban resultando muy caras y ofrecen muy poca autonomía.
Paneles fotovoltaicos
La forma de captación de energía de los paneles fotovoltaicos es de manera indirecta, capta la radiación solar y la convierte en corriente eléctrica a través del movimiento de fotones. Hay que evitar confundir las placas fotovoltaicas con las placas solares termodinámicas (para calentar agua), que comentaremos más adelante en el apartado de generación de agua caliente.
Cuanto más intensa sea la luz, mayor será la cantidad de electricidad generada. Por ello, la cantidad de placas, su posición y su orientación tendrán una gran importancia en su captación. Así, su orientación óptima será mirando al sur, correspondiente al azimut 0º, mientras que su inclinación idónea dependerá de la latitud de su ubicación, alrededor de los 35º.
Las placas están formadas por un conjunto de células fotovoltaicas, a su vez compuestas por una o más láminas de un material semiconductor que se recubre con un cristal para reducir las pérdidas de calor.
La mayoría de células son de silicio y tienen rendimientos de entre el 14% y el 17%. Se fabrican también las llamadas ‘células de segunda generación’, más baratas pero con rendimientos menores, del 10% al 12%. Últimamente, se está trabajado con sistemas con rendimientos de entre el 25% y el 30%, pero supone unos precios bastante más altos.
Todo ello implica unos rendimientos realmente bajos, con un coste energético verdaderamente elevado derivado de la extracción y transformación del silicio a altas temperaturas. Además, como solo hay radiación durante el día, la discontinuidad de la energía es elevada y será más necesario que nunca poder almacenarla para aprovecharla durante la noche.
Por ello, es importante asegurar una vida útil no menor a los 30 años, como proveen las placas de mayor calidad, y valorar las opciones de optimización del aprovechamiento de esta energía. Ya sea mediante su almacenamiento en baterías, una opción aún incipiente, como mediante su almacenamiento en forma de agua caliente por ejemplo a través de una máquina de aerotermia que se nutre de la electricidad para calentar y almacenar agua en un depósito de inercia.
Almacenar energía
Como ya hemos ido indicando en los distintos sistemas de generación de energía eléctrica, la importancia siempre reside en dónde almacenarla. Sobre todo en el caso de las placas fotovoltaicas por su discontinuidad de captación entre el día y la noche, intrínseca de la radiación solar.
Una opción relativamente reciente son las baterías Tesla, el producto que actualmente dispone de mayor autonomía del mercado, si bien existen otras empresas que fabrican baterías domésticas, como Nissan y Solar Rocket.
Tesla es una empresa pionera en la fabricación de coches eléctricos que se está posicionando en el sector de baterías domésticas, pretendiendo revolucionar la forma en la que producimos y consumimos energía. Se trata de una muy buena noticia a nivel español, donde la implantación de la denominada Ley del Sol supuso una total penalización del autoconsumo, al no permitir volcar el excedente de energía generada a la red para su posible aprovechamiento por parte de otros usuarios.
Aunque estas baterías se pueden aplicar a distintos sistemas, incluso fuentes de energía no renovables, están pensadas para trabajar junto con una instalación de placas fotovoltaicas. La cantidad de baterías necesarias para una casa depende del tamaño y la demanda energética de la vivienda, que deriva en la instalación de una o dos baterías aproximadamente para el abastecimiento de una vivienda, así como las casas preparadas para emergencia climática.
En el caso de los modelos de Tesla, el modelo PowerWall 2 reduce tanto sus dimensiones que pretende convertirse prácticamente en un electrodoméstico, concretamente hasta alcanzar los 80 cm x 115 cm x 15 cm. Consta de un peso de 120 kg, la cual cosa permite colgarla directamente en la pared. Además, su instalación es posible tanto en interiores como en exteriores, segura al contacto humano y sin ninguna necesidad de mantenimiento. De manera pionera, se puede controlar mediante dispositivos electrónicos, para supervisar constantemente su rendimiento y analizar su posible optimización.
Dispone de una capacidad energética de 13,5 kWh, con un rendimiento del 90%. El precio oscila alrededor de los 7.500 €, la cual cosa hace que se pueda llegar a valorar una posible amortización de la inversión en unos pocos años, ya que se trata de una instalación que nos permitirá desinstalarnos por completo de la red eléctrica. Por su parte, Nissan ofrece su batería doméstica xStorage, de 60 kg, una potencia de 4,2 kWh y un valor de 4.000 €.
Sin embargo, hablamos de aparatos con un coste ecológico de fabricación muy elevado que no debemos dejar de tener en cuenta en el análisis de su ciclo de vida.
Producción de agua caliente para calefacción y ACS
¿Qué opciones tenemos para calentar agua?
Biocombustible
El biocombustible consiste en una opción basada directamente en la tradición, que considera la tierra como recurso y además pone en valor su carácter local. Si apostamos por un crecimiento sostenible de bosques que nos aporten residuos orgánicos que podemos quemar para conseguir ACS y calefacción, podremos tener esta necesidad cubierta de forma autosuficiente.
Sin embargo, es cierto que si consideramos un terreno medio de unos 500 – 1000 m2, no podemos asegurar una autosuficiencia de madera. Ahí es donde cobra relevancia la colaboración comunitaria, así como la presencia de un parque de bosque local gestionado para tal efecto.
La crítica más extendida a la energía generada a través de la quema de biocombustible es justamente el hecho de que se genere a través de la combustión, puesto que eso genera gases de efecto invernadero (GEI). Asimismo, hablamos de la combustión de un material que ha ido absorbiendo CO2 a lo largo de su vida, por lo que la huella ecológica se acaba compensando, pudiendo incluso llegar a ser negativa.
Dos aspectos positivos a la hora de valorar la viabilidad de construir una casa con biomasa es su posibilidad de amortización de la inversión inicial en unos 2-3 años, gracias a su elevada potencia y bajo coste. Así, al tratarse de combustión, podemos conseguir una gran cantidad de energía en poco tiempo con una inversión muy menor a la de los sistemas de aerotermia y geotermia.
Se puede resolver la demanda de ACS y calefacción de una vivienda con una caldera de 16-25 kW, con un presupuesto de 2.000 € a 3.000 €. De manera similar, en España se venden estufas individuales de 7-10 kW por unos 800 €. Sin embargo, es cierto que se trata de un sistema en el que hay que tener en cuenta un precio mensual de combustible. Por suerte, a diferencia del gasoil, la tendencia del pellet es a la baja al tratarse de una materia renovable.
Geotermia
La geotermia se basa en la estabilidad de la temperatura en el interior de la tierra, que se mantiene igual todo el año a una profundidad de 20 m. A través de esta diferencia de temperatura interior-exterior y gracias al uso de una bomba de calor, conseguimos extraer energía calorífica de manera continua.
Así pues, el valor de la geotermia reside en su estabilidad, las 24h del día todos los días del año produce energía de forma regular sin que le afecte el clima, por lo que resulta muy adecuada para casas preparadas para emergencia climática. Consecuentemente, resultará más eficiente en climas continentales que templados. Otros beneficios son su posibilidad de instalación en viviendas ya construidas y su nulo impacto estético al estar enterrada.
Sin embargo, su necesidad de excavar pozos encarece su coste de instalación, llegando a resultar un 20% más cara que la instalación de su alternativa, la aerotermia. Un presupuesto aproximado para una vivienda unifamiliar de 200 m2 implica un total de 25.000 – 30.000 €, teniendo en cuenta el coste del la bomba de calor geotérmica y su acumulador (12.500€), dos sondas de captación geotérmica (5.000€) y una instalación fotovoltaica alternativa con su sistema de distribución, como puede ser un suelo radiante (5.000€).
De entre todas las energías renovables, la instalación de energía geotérmica es la que requiere una mayor inversión inicial, por lo que es muy importante evaluar la rentabilidad a medio y largo plazo, que se calcula un tempo de amortización de unos 7 años gracias a su elevado rendimiento.
Aerotermia
La aerotermia se basa en el aprovechamiento de la temperatura del aire, solo siendo necesaria una unidad exterior de captación de la temperatura del aire. El mayor hándicap es la falta de continuidad de esta energía, que consigue un pico de captación en verano, momento en el que la demanda resulta ínfima.
Un punto negativo de construir una casa con aerotermia es sobre todo el precio, puesto que requiere una serie de instalaciones bastante caras. Un ejemplo son los depósitos de inercia, necesarios ya que la aerotermia no permite agua caliente inmediata como una caldera de gas, que trabaja a altas temperaturas, y eso supone un sobrecoste. Los emisores de calor asociados a este sistema de generación de energía también son caros, tanto el suelo radiante como el radiador de baja emisividad.
Con todo esto, los costes de instalación de un sistema de aerotermia para una casa unifamiliar en la misma vivienda de 200 m2 que analizábamos en el caso de la geotermia, incluyen una bomba de calor aerotérmica con un acumulador (12.500€), con un sistema de gestión de datos y una sonda de la temperatura exterior, así como la instalación fotovoltaica alternativa y un sistema de distribución (5.000€). El presupuesto definitivo oscila entre los 20.000 – 25.000 €, con un tempo de amortización de unos 10 años debido a su rendimiento inferior al de la geotermia y su falta de continuidad.
En el blog, desarrollamos un artículo comparativo entre estas dos energías bajo el título Diferencias entre geotermia y aerotermia.
Placas solares o termodinámicas
Existe una alternativa que consiste en paneles que permiten almacenar energía mediante agua caliente, es decir energía calorífica. Su tecnología consiste en calentar un líquido portador de calor que se encuentra en los tubos que los componen. Se destinan principalmente a la producción de agua caliente para baños o calefacción y no dependen directamente del sol para captar energía. La verdad es que son capaces de generar energía calorífica en días lluviosos o nublados.
Las placas solares suponen una opción eficiente en relación a sus competitivos precios si las comparamos con las placas fotovoltaicas, debido a su sistema mucho más sencillo. Pueden llegar a costar menos de 100 € en comparación a los 8.000 € mínimos que vale una placa fotovoltaica. Además, son una buena inversión ya que se pueden llegar a amortizar en 5 años.
Alimentación
Como indicábamos al inicio del artículo, en caso de emergencia climática o cualquier otro tipo de crisis el abastecimiento alimentario se convierte en indispensable. Si logramos convertir nuestra vivienda además en una solución para nuestra alimentación, o al menos asegurarnos los productos frescos, tendremos mucho menos de que preocuparnos a la hora de afrontar una situación adversa.
A todo esto se le suma todos los beneficios que nos aporta tener una huerta para cultivar alimentos propios aprovechando la tierra como base para el crecimiento de la vegetación. Llevando a cabo esta práctica, estamos consiguiendo un ahorro económico a la vez que ecológico, tomando consciencia de la inversión de tiempo y cuidados que requiere una práctica como esta.
Los beneficios de los productos auto cultivados son muchos, desde su naturalidad, el hecho que sean ecológicos y locales, al ahorro ecológico del transporte y su ausencia de químicos y transparencia de información.
Paralelamente, vamos tomando consciencia de nuestro abuso del consumo de carne, simplemente causa de la facilidad con la que se nos ofrece su compra y la desconexión con las implicaciones ecológicas de su producción.
Además, los requerimientos de espacio y atención para un huerto pueden reconvertirse en una excusa para generar colaboraciones entre vecinos y tejido social. Tal vez no nos sale a cuenta tener una plantación para una sola familia, pero encontramos la forma de compartir un huerto y generar alrededor de él un sentimiento de comunidad.
A todo esto, sacamos a relucir el tema de wáter seco, que en vez de consumir agua y generar aguas residuales nos aporta el llamado compost, que podemos reaprovechar para abonar nuestro huerto. Ello nos permitirá prescindir de fertilizantes y asegurar la naturalidad de nuestros alimentos.
Residuos
La concienciación de la reducción de residuos de la mano de la reducción de consumo es el siguiente paso. De hecho, el concepto de Casa de residuo cero que desarrollamos en un artículo del blog está cada vez más a la orden del día, con su filosofía de las 5R (rechazar, reducir, reutilizar, reciclar y compostar). No se trata tanto de un coste económico, sino de una actitud constantemente crítica y revisionista.
En el caso de una desconexión total de la red por parte de casas preparadas para emergencia climática, tenemos que añadir la variable de qué hacemos con la producción de residuos, así como el agua que vamos a desechar.
Residuos
Idealmente nuestra producción de residuos puede llegar a ser únicamente orgánica, ya que previamente hemos aplicado las primeras 3R (rechazar, reducir y reutilizar).
Llegados a este punto, tenemos la opción de reciclar, que en la mayoría de casos confiamos a la gestión pública sin tomar consciencia de que solamente se llega a reciclar la mitad de los deshechos. Por ello, la mejor opción es la de generar solamente residuos orgánicos, que podamos usar para convertir en compost, alcanzando una vivienda que ni consume energía de red ni genera residuos que no pueda autogestionar.
Saneamiento
De cara a la gestión de residuos fruto del saneamiento, volvemos a la lógica de mejor prevenir que curar. Las aguas negras son muy difíciles de gestionar, y en el mejor de los casos se acumulan en una fosa séptica que deberá vaciarse anualmente. Sin embargo, podemos ahorrarnos la generación de este residuo mediante un wáter seco, dejando solamente las aguas grises por gestionar.
Las aguas grises derivan de la higiene personal, lavadora o limpieza del hogar. Si tomamos la precaución de no usar productos que contengan químicos, estas aguas pueden filtrarse naturalmente en un humedal con plantas o servir directamente para regadío al final de su ‘vida útil’, generando así cero residuos de saneamiento.
El modelo del futuro: comunidades de vivienda autosuficientes
Como ya hemos mencionado en algunos puntos del artículo, las casas para emergencia climática implican un nivel de gestión muy elevado susceptible de optimizarse mediante la gestión grupal. Por ello, en los últimos años ha ido proliferando el modelo de comunidades de vivienda autosuficientes, que podríamos traducir en un conjunto de casas preparadas para emergencia climática.
Hablamos de una autosuficiencia que en este caso es fruto del trabajo en comunidad con los vecinos, permitiendo un cambio de escala que aporta muchísimas ventajas al llevar este estilo de vida en comunidad. Sobre todo porque a través de la ayuda mutua, la organización y la repartición de tareas todo resultará siempre más eficiente por definición, y lo más importante, agradable de hacer.
BIBLIOGRAFÍA
- Cómo saber si padeces “ecoansiedad” (y qué puedes hacer para combatirla) BBC Dave Fawbert, 2019
- Conclusiones de nivel superior del resumen para responsables de políticas de la contribución del grupo de trabajo II al quinto informe de evaluación IPCC, 2014
- Escasez de agua y sequía en la Unión Europea Comisión Europea, 2010
- Guía Técnica de aprovechamiento de aguas pluviales en edificios AQUA España, 2016